¿Sufres malestar tras la ingesta? En el presente artículo se explicará de dónde nace ese malestar desde una perspectiva cultural/social y cómo ello acaba derivando en la culpa personal.
SOBREINGESTA DE ALIMENTOS
Según la Encuesta Europea de Salud en España del 2020, el sobrepeso de media en hombres asciende hasta el 44.9%, mientras que el de mujeres se queda en un 30,6%. Así mismo, la obesidad en hombres es de 16.5% y de 15.5% el de mujeres. Estos datos nos deben hacer reflexionar sobre nuestro estilo de alimentación, tanto en el plano nutricional (qué ingerimos), como en lo referente a la conducta de la ingesta (motivos de la ingesta).
Parece ser que está en auge consumir «comida rápida». De hecho existe un aumento significativo de apps que ofrecen el reparto a domicilio de este estilo de comida, facilitando de este modo el acceso a un estilo de comida poco saludable: UberEats, JustEat, Glovo, Deliveroo… Cabe destacar que en las apps existen opciones de comida sana o «tradicional», sin embargo ¿cuántos pedirán lentejas o un puré de calabaza pudiendo optar por una pizza o una hamburguesa en minutos?
A parte, no olvidemos el hecho de que existen numerosas «tiendas de chuches» y que los jóvenes desde muy temprana edad disponen de dinero para su consumo (sin olvidar los pasillos en los supermercados repletos de este estilo de alimentos). El azúcar es tremendamente adictivo y dado que no hay una control sobre su ingesta, las personas crecen desarrollando una necesidad hacia el consumo de éste. De esta manera, parece que cuando alguien se siente ansioso, las chuches parecen ser un tranquilizante. Del mismo modo, cuando alguien vive momentos tristes, el chocolate o una tarrina de helado parece ser la panacea. Este carbohidrato simple parece ser la respuesta a todo malestar psicológico o emocional.
Cabe añadir el rol educativo en las familias. La instrumentalización de la comida como reforzador o castigo también ejerce una influencia directa sobre los motivos de consumo. ¿Cumpleaños? Una tarta y un festín de alimentos. ¿No recoges el cuarto antes de cenar? Te quedas sin el postre.
Llegados a este punto, ¿qué nos incita a ingerir más de lo que necesitamos? El mismo día a día. ¿No disponemos de tiempo para cocinar? Hacemos uso de Apps. ¿Hemos tenido un día largo y estresante? La cena es nuestro momento de desconexión. ¿Hemos conseguido algo extraordinario? Me felicito comprándome un antojo. Hay que señalar que estos hechos en sí no son precursores del malestar emocional tras la ingesta, sino la continuidad de su presencia en la vida de la persona.
RESTRICCIÓN ALIMENTARIA
Así como hasta ahora hemos hablado de la sobreingesta de alimentación, parece curioso saber que, probablemente, derivado de ello los trastornos de conducta alimentaria se han disparado. ¿Porqué? Porque la imagen que la persona desea para sí misma, la cual se basa en lo «socialmente deseado» difiere sustancialmente de lo que la persona acaba viendo en el reflejo del espejo. Ahí nace un estrés: el cuerpo que «yo» deseo para ser «deseada» (véase las comillas).
¿Qué hacer entonces? ¿Qué puede hacer la persona para modificar su peso? Aquí entran en juego las dietas.
La mayoría conllevan restricciones de diversas índoles. Algunas excluyen el consumo de grasas, otras de carbohidratos, otras de ciertos alimentos o de todos ellos si se aplica la técnica del ayuno intermitente. ¿Qué mal puede hacer esto? No es tanto la técnica empleada para reducir el peso, sino el modo de llevarlo a cabo. Las falsas informaciones o las mentiras que corren por ahí conllevan que las personas estén confusas, por lo que acaban experimentando con su propio cuerpo. Ello deriva en la toma de decisiones personales que puede ser muy peligrosas, tanto a nivel físico como a nivel psicológico.
GÉNESIS DEL MALESTAR TRAS LA INGESTA
Curioso, ¿no? El día a día nos fomenta el consumo y al mismo tiempo sentimos presión para controlar la ingesta. Ahí emerge el conflicto y surgen las consecuencias: la ansiedad y los miedos.
Prestemos atención a lo siguiente: comemos en exceso y al mismo tiempo deseamos no comer tanto para mantener o conseguir una figura determinada. Entonces sentimos estrés. Estrés porque no sabemos como controlar la comida y cómo mantener o conseguir el cuerpo de nuestros sueños. A partir de ese momento, comienzan las rumiaciones de lo que deberíamos poder hacer y no hacemos. Surgen los pensamientos centrados en la alimentación y para cuando queremos darnos cuenta, estamos en un estilo de pensamiento obsesivo. Paralelamente, incrementamos nuestra autoexigencia y nos frustramos en el caso de que aumentemos de peso o nuestra imagen no consigamos corregirla con el autocontrol que intentamos ejercer.
El momento en que la persona decide tomar cartas en el asunto y ejerce autocontrol, existe 3 posibles respuestas: la primera, es conseguir su objetivo y modular su conducta en beneficio de conseguir sus propios objetivos a nivel estético; la segunda, derivado de la autoexigencia, controlar en exceso y terminar en un descontrol absoluto (p.e. anorexia) y, finalmente, la tercera, el descontrol absoluto (p.e. bulimia) por la dificultad de la persona por autorregular su conducta.